La Unión Europea (UE) y 26 países acordaron fomentar
la pesca sostenible del krill, un crustáceo en la Antártida, sin embargo, las delegaciones
de estos países y de la UE no lograron consensuar la creación de más zonas de
protección en el Polo Sur, en la reunión pasada del 24 de octubre en la ciudad
de Hobart (Australia) en el marco de la Comisión para la Conservación de los
Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA).
Este apreciado crustáceo es utilizado para la
fabricación de piensos para ganado y animales domésticos, es la principal
fuente de alimento para pingüinos o ballenas y es crucial para preservar el
ecosistema de la Antártida. Su pesca, valorada en unos 250 millones de dólares
(254 millones de euros) anuales, según el grupo Fondo Mundial para la
Naturaleza (WWF), provoca en algunos casos la muerte accidental de ballenas al
quedar atrapadas en las redes, denuncian los ecologistas.
Desde la ONG señalan que acordaron un nuevo plan de
trabajo para recopilar los datos necesarios para monitorear los impactos de la
pesquería en los depredadores y el krill, que es clave para una nueva
regulación que protegerá contra impactos irreversibles en el ecosistema, sobre
todo en un escenario en el que se espera que estos efectos aumenten a medida
que el cambio climático afecte la región y la pesca de krill se expanda en la
península Antártica.
En 2016, la comisión declaró como área marina
protegida a una vasta zona de 1,55 millones de kilómetros cuadrados en el mar
de Ross, en la Antártida. Sin embargo, hay propuestas de Argentina y Chile para
declarar zonas protegidas en un área de 650.000 kilómetros cuadrados
adicionales y de la UE en una zona de tres millones de kilómetros cuadrados.
Las áreas marinas protegidas propuestas para la
Antártida Oriental, la Península Antártica y el Mar de Weddell protegerían 3,8
millones de kilómetros cuadrados (1.467.188 millas cuadradas) del océano
Austral, lo que contribuiría de manera significativa al objetivo de salvaguardar
el 30 % de los océanos del mundo para 2030.
Así preservarían «las zonas críticas de alimentación
y reproducción de especies que no se encuentran en ningún otro lugar del
planeta». Esos espacios protegidos también ayudarían a los ecosistemas de toda
la región a desarrollar resiliencia ante el cambio climático.